
Conocí e hice amistad con René Arrieta Pérez (Colombia, 1970) durante los años en los que hacíamos el doctorado en Salamanca. Me sorprendió desde el primer momento su alegría, ese espíritu festivo que lo caracterizaba y que lo hacía ser todo luz, baile, celebración.
Ya cuando vino a Salamanca tenía una trayectoria como poeta, periodista y profesor universitario en Cartagena de Indias. Pero venía a hacer su vida europea, a abrirse a otros horizontes espaciales, vitales y humanos, con la expansividad y generosidad de su personalidad y carácter. Entre los libros que ya tenía publicados se cuentan Salmos del cegador de mieses, pero muchos más vendrían luego de su aventura europea y ulterior retorno a Cartagena.
Esa vitalidad hermosa y profunda también se manifiesta, como no podía ser de otro modo, en su poesía. Su libro más reciente, El leve vuelo de las mariposas, de 2016, expresa de modo culto y cadencioso, esa familiaridad con el lenguaje, ese gusto y disfrute por la sonoridad de las palabras, y un manejo diestro del instrumento del poeta.
Ya en aquellos años salmantinos jugaba René con esa palabra, para él tan atrayente, penetrada de sentidos, entre sus viajes por Italia y dentro de España, la mariposa le daba vueltas, sus “bolboretas” se las escuchamos todos sus amigos y no pocas veces. Por eso puedo perfectamente inferir que durante muchos años las estuvo paladeando, palpando con los ojos, con la imaginación, alimentando como sueños poéticos que finalmente dieron su fruto en este libro escanciado y alado.
El asedio que hace René en su libro a estos insectos de maravilla, lo lleva al pasado mitológico, a su infancia, al amor erótico, a la amistad, y a las inumerables manifestaciones de este afiligranado y leve animal dentro de su orbe imaginario.
Desde los epígrafes de Basho “Despierta, despierta/ te tomo como amiga/ mariposa”, Chiio, Gómez de la Serna y Girondo, el libro nos introduce es un espacio de encantamiento, dedicado, como debía, a sus padres , Jaime y Natividad, y a su sobrino, Alberto, quienes “ya no están porque emprendieron su leve vuelo a otros parajes”. Sólo un poeta con una voz tan sutil y profundamente humano como René podría enlazar ese viaje de la muerte y nuestro paso por la tierra con el vuelo de las mariposas.
De su infancia recupera unas mariposas que ya vuelan en su pasado, figuras de una edad toda sorpresas, ilusiones y juegos: “En la casa/ cuando nuestras vidas eran / niñez y corro/ las mariposas aparecían/ en los cuartos y en la sala; / las mariposas creadas en el juego de jitanjáforas / de Fanny y Martha, mis hermanas” (2016; 14) Como presencias de una época en la que aún la magia dictaba su orden, estos insectos emergen de esos particulares ámbitos de juegos y risas.
Pero además de estas alusiones a su historia personal, la figura de las mariposas en este libro también aparece vinculada a protagonistas de la historia como Marco Polo: “Eléctrico ser de la visión / atónita de Marco Polo” (2016; 18) o los conquistadores, como inserciones más cultas del insecto en escenarios de historias pasadas: “1492, noches de octubre. / Los conquistadores miraban y analizaban / […] nunca los cronistas de indias supieron / describir el asediante influjo de lo innombrable.” (2016; 21).
También será inevitable en un seductor como René asociar las mariposas a los amores, “Es crisálida el cuerpo desnudo/ y tibio de la mujer/ Cuando se entrega en brazos / de su amante” (2016; 30) y la transformación del animal bien vale para pensar al ser amado, en el instante de la entrega.
Así, las diferentes formas de la mariposa le sirven al poeta para imaginar cómo este insecto se puede transfigurar en otros cuerpos, como el de la mujer amada. Pero también es una imagen que le sirve para reflexionar, para ahondar en los mecanismos de la naturaleza en su acción creadora: “Sólo a través del vuelo / te presiente la oruga, mariposa; / y así esplende el temblor de tus alas / y el color que configura / el espacio que abarcas.” (2016; 31).
El poema dedicado a nuestra común amiga Lida, juega con el término bolboreta para fantasear con la acción del vuelo: “La bolboreta corta el aire”. Pero es la sonoridad la que determina el encanto y la gracia del verso. (2016; 34)
Y así también, el poeta se detiene en otras cualidades del insecto, recreando una y otra vez en sus páginas la esencia de las mariposas, lo que nos entregan a los hombres con su presencia: “Siempre la aparición, / el rapto, la ubicuidad, / el brillo, el color.” (2016; 36).
Me encantó particularmente el poema dedicado a la que era su amor al comienzo de esos días salmantinos, la distante pero muy evocada Miriam, la bailarina cubana con la que compartía sus vida antes de establecerse en Salamanca, un ser festivo y celebratorio como él mismo: “Mariposa morena, / que rociaste en mi cuerpo / un torbellino de doradas escarchas. Mariposa confinada al reino de mis amores / Nymphalis miriam, / mariposa caribe, fulgúrea mariposa.” (2016; 42).
Así, en la recreación de la memoria, se levantan los amores pasados y dejan su aroma entre las páginas de su libro, como huellas o pasos que la palabra se encarga de volver a encarnar. El poema que me dedica a mí, siento (más que sé) que guarda toda la belleza de nuestra amistad, que celebramos en Salamanca, en Madrid, en Valladolid, en Viveiro: “En el jardín la fuente de agua / con sus girándulas / ofrendaba al sol iridiscentes espejos, / donde las mariposas sus colores miraban”. (2016; 44) En el poema se despliega un instante dinámico de la naturaleza, atrapado por sus palabras como una gota de ámbar, y ahí permanece para siempre brillando la esencia de nuestra amistad, que rauda y clara atraviesa los espejismos del tiempo.
Maylen Carolina Sosa Silva. Berrueces de Campos, 7 de julio de 2021.
Comentarios