Conocí a Miguel a comienzos de los noventa, cuando coincidimos en un Encuentro de estudiantes de letras que hicieron en Mérida, y en el que supimos unos de otros los que en esos años hacíamos la carrera de Letras en diferentes lugares de Venezuela. Visto desde la distancia ahora creo que fue una maravilla que alguien hubiese dado oído a la idea de un encuentro de esa naturaleza, hasta el punto de que se hubiese podido llevar a cabo. Es increíble como siempre logra filtrarse o colarse por los resquicios de este mundo tan utilitario, algo tan bellamente inútil y ocioso como un Encuentro de estudiantes de Letras.
Acontecimientos así nos van convirtiendo en quienes somos. Yo venía de Maracaibo y Miguel de Caracas, y ese encuentro fue un alegre murmullo de voces, rostros y poesía, que duda cabe, en medio de esa ciudad siempre transida de arte y magia que es Mérida. Luego la amistad continuó epistolarmente, y en cada encuentro en Maracaibo, Caracas o Maracay nuestras palabras y nuestras vidas se fueron contrastando y encontrando. Por eso no puedo desligar los poemas de este libro de 2014, con la persona que he conocido y querido, a la que siento tan cercana por lo mucho y tan hermoso compartido.

Y ya entrando en materia, vemos como ya desde los epígrafes, este libro anuncia, revela, sus intenciones. Nos va a adentrar en ese espacio complejo y primigenio, cotidiano y eterno, que es siempre el hogar, la casa, en el que caben la infancia y luego los diferentes espacios que habitamos ya siendo adultos. Esos sentidos se asedian, y de ellos van manando las palabras de los poemas, y como en una piedra que filtra los ruidos, lo accesorio, del agua esencial, no en vano se afirma en el primer poema que “Una casa se hace de treguas y canciones / no es la moraleja de un fugaz encuentro / Solo convivencia que se fragua en el misterio”. Imposible no coincidir y asumir la verdad de estos versos, cuántas negociaciones y treguas levantan los muros de cada hogar sobre el aire, no hablamos de un sitio de paso, nos referimos a ese lugar en el que la vida se desenvuelve cada día, cada hora, en el que se comparten el despertar y el vuelo onírico, noches y madrugadas, tiempo de contigüidad sagrada, morosa, los instantes de la agonía y de la paz: “Esta casa son tus poros respirando a mi lado”.
La casa de aprender en el oscuro se lee como un libro cercano, a la par que enigmático, que sugiere lo que es, en lo profundo, una casa, con trazos leves, aéreos, y en él nos vamos a encontrar tanto lo eterno como lo cotidiano entrelazado en una flexible urdimbre poética. El pasado y el presente van dejando su trazo sobre las páginas, y todavía puedo recordar esa casa a donde regresabas algunos fines de semana o en vacaciones, la casa familiar, ese espacio de conflictos, diferencias, pero también lugar que acogía y brindaba su calor sagrado, ese que sólo proviene de la familia. Pero también vienen a mi memoria la casa del poema de Montejo, las de los cuentos de Felisberto Hernández, la de los versos del poeta Álvarez, y ese gesto de habitar, de respirar el misterio, ver hacia atrás que esos años de la infancia no van a volver, pero a la vez encontrarlos en los recuerdos, y sentir como esa memoria del pasado nos atraviesa como ráfagas cada día, porque: “ Las casas son de la memoria que las guarda”, y eso que nos ha sostenido, y que nos sostiene, que nos preserva dentro del espacio del hogar, conjuga mágica y misteriosamente todas las casas, tanto las del ayer como las del hoy.
En esa casa del poema, al igual que en la que habitamos, la persona amada va creando con su respiración ese ámbito de acogida, en el que prosperamos y somos. Y es en los ojos del poeta, en su mirada, en la que anidan los contrastes, las oposiciones, que nombran ese espacio que se confunde con sus moradores, que se hace uno con ellos en esa temporalidad siempre con cercos, con límites, de los que nos escabullimos gracias al ritual del poema y su conjuro, por eso “En lo oscuro se aprende con claridad”. Porque “Esta corriente de sombras es el refugio de una vela encendida”.
El cierre del libro no puede ser más elevado, celebratorio a la par que elegíaco, porque el poeta nos habla de esa Tierra de nadie tan extraordinaria, tan vital para todos los poetas que vivieron junto a Miguel sus años de estudiante de Letras de la UCV, y ese texto destila pura alegría, puro agradecimiento, por un lugar, por un tiempo y por unas personas con las que los días y las noches marcaron a fuego la vida, que fue hogar, y también casa y también eternidad: “Iluminado de transparencia, me recibiste; / Tierra de Nadie en ti todo es intemperie”.
Es una alegría que nuestros pasos vuelvan a encontrarse y que de nuevo la poesía nos revele como hemos sido y como somos, en su verdad que es la nuestra, hoy, ayer y siempre.
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