Esta película, dirigida por Nikolaj Arcel, sin lugar a dudas, me causó una gran impresión. Hasta ahora va siendo la película que más me ha gustado de este año. Y su impacto todavía perdura, muchos días después de haberla visto. Creo que tuvo que ver el hecho que no tenía muy claro lo que esperaba ver, así que simplemente fui adentrándome en la historia con curiosidad y me fue seduciendo poco a poco, hasta lograr atraparme por completo.

En primera instancia, me gustó el hecho que estuviese basada en una historia real, ocurrida en Dinamarca en el siglo XVIII, porque consiguieron recrear con mucho realismo la época y mostrarnos como era la vida de las personas entonces, cuáles eran sus ambiciones, sus dramas, sus anhelos.
Por supuesto, me encantó el personaje encarnado por Madds Mikelsen, extraordinario actor, que no necesita hablar para ser capaz de expresar una gran profundidad y riqueza emotiva. Pero es que esta película, en verdad, no tiene personaje pequeño o deleznable, todos y cada uno, durante el metraje de la película, brillan con verdad y matices el tiempo que aparecen, desde los más protagónicos hasta los meramente incidentales.
Una niña, en particular, que hace el personaje de Anmai Mus, Hagberg Melina, llena de humanidad la trama, con su inocencia, su picardía, siendo, sin duda, otro de los personajes que engrandece esta película, que entre otras cosas, me encantó porque lo que cuenta nos ha pasado a todos, que pensamos que queremos una cosa y en su búsqueda encontramos otras que eran las que realmente necesitábamos, y hay que tener mucha sabiduría para soltar la búsqueda previa, en la que probábamos nuestra fuerza y nuestra persistencia, y quedarnos con eso imprevisto, pero tan esencial y que está justo en nuestro camino, delante de nuestras narices.
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