Anaïs Nin: libertad y valentía
- smaylen
- hace 7 días
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Lo que más me seduce e impresiona de los Diarios de Anaïs Nin es la manera como le permitieron, como le sirvieron de vía para hurgar en sí misma, para reflejarse, para encontrarse, para encararse, aunque también a veces para enmascararse, en un juego de espejos por el que fue alcanzando progresivamente sus verdades y su ser.
Compartir esa intimidad tan profunda con otro ser, adentrarnos en esa creación de sí misma, constatar todo lo que fue capaz de hacer, acompañarla en sus aventuras cotidianas, leer sus conflictos, sus pesadumbres, sus búsquedas de reafirmación artística por medio de la escritura, durante gran parte del siglo XX, mientras va detrás de sus impulsos y de sus instintos, buscando completarse, integrarse, aceptarse con sus contradicciones, fue algo que como ser humano me impactó de un modo absoluto y total.
Anaïs Nin nace el 21 de febrero de 1903 en Neuilly, a las afueras de París, en 1903, de un padre pianista de ascendencia española, Joaquín Nin, y una madre cantante, Rosa Culmell, de orígenes daneses y franceses. Se habían conocido en Cuba. Ella era un poco mayor que él, de familia acomodada y la pasión que se desata entre ellos fue tormentosa y fulminante. Ella desafiará a su familia para casarse con el joven pianista en 1902 y luego, ya con la venia de la familia, se establecerán en París, donde él culminará sus estudios y dará clases y conciertos. Posteriormente, en 1905 y 1908, respectivamente, nacerán sus hermanos Thorvald (La Habana) y Joaquín (Berlín), quien también será compositor y pianista, como su padre. No obstante debido al carácter díscolo y seductor del pianista, la familia pronto hace aguas, escapando Joaquín Nin con una alumna más joven y adinerada, abandonando así a su esposa e hijos.
La madre de Anaïs Nin se verá obligada a trabajar para sostener a sus hijos, lo que la llevará primero a Bruselas, luego a Arcachon, a Barcelona y después a Nueva York, donde se establecerán. De esos años en Nueva York, dirá Gunther Stuhlmann que siendo una “Lectora inveterada, con el entusiasmo de la adolescencia, había comenzado a devorar libros del mundo, por orden alfabético, en la Biblioteca Pública de Nueva York.” (1979; 17) Luego llegará el regreso a París, unos años más tarde, con Anaïs ya casada con el joven y culto banquero Hugh Parker Guiller. Tiene 19 años cuando se casan en Cuba.
El primero de sus Diarios, el de Infancia, abarca entre los años 1914 y 1918, cuando Anaïs Nin tiene 11 años y funciona como una suerte de amuleto para conjurar la ausencia del padre. Son cartas atormentadas a su padre, contándole su vida y haciéndole saber cuánto lo extraña. Su Diario de Adolescencia, que va de 1919 a 1920, ya nos revelará a una joven que tiene sus primeros escarceos y decepciones amorosas, cada vez más consciente de su belleza, y que encontrará en la escritura y en el baile una vía de reafirmación vital.
Establecida ya en Louveciennes, cerca de París, ytambién de su madre y de sus hermanos, Anaïs Nin hallará ahora en la lectura de D. H. Lawrence la inspiración para consolidar su vocación de escritora, publicando en 1930 un libro sobre el polémico autor inglés, “D. H. Lawrence, un estudio no prefesional”. 1931 es el año que marca su encuentro con el escritor norteamericano Henry Miller, que en ese entonces vive en París, y quien supondrá un antes y un después en su vida.
En un fragmento de su Diario nos dirá “Henry escribe: nos han enviado al mundo para estar en él, para formar parte de él, para ser alimentados y alimentar”, con todo el regocijo, la fuerza y la energía que despliegan estas palabras, que parecen insuflarnos a todos la plena aceptación de nuestro lugar en el mundo, en el planeta, así como esa necesidad imperiosa de mezclarnos con todo y con todos, de dar y de recibir, de alimentar y de ser alimentados, de acoger y de ser acogidos, todo dentro de unos parámetros muy amplios de humanidad extrema, generosa y abundante.
Gracias a este encuentro vemos a Anaïs Nin recibir un impulso muy grande hacia su madurez como mujer y como artista, a la vez que también le permitió a ella proporcionarle a Henry Miller la estabilidad y el apoyo que tanto necesitaba para escribir y publicar su primer libro, Trópico de Cáncer, en 1934.
Cuando leemos en sus Diarios la manera como se instaba, como se impulsaba a vivir, sabemos que su lucha no fue sólo la de una mujer aislada que vivió en 1934 en París, sino también la de todas las mujeres que antes y después de ella, han tenido que afrontar con valentía las diferentes circunstancias de sus vidas: “Miedo a volverme loca. Entonces me siento ante la máquina de escribir y me digo: Escribe, mujer débil; escribe mujer loca, saca afuera tus miserias, tus entrañas, vierte afuera lo que te atasca, grita obscenamente.” Esta entrada de su Diario del día 6 de febrero de 1934 nos da cuenta de sus temores, y de cómo en esos momentos límite, la escritura de su Diario es una tabla de salvación, un respiradero, que le permite sacar fuera de sí todo lo que se revuelve de mala manera en su interior.
Así, toda su vida será un luchar con uñas y dientes para poder ser la mujer que quiso ser, la escritora que quiso ser, para poder publicar, y su fortaleza y libertad es tal que creará su editorial, comprando lo necesario para tener una imprenta en Nueva York y buscar la manera de que sus escritos y los de sus amigos lleguen a las librerías, a los lectores, sin tener que depender de la benevolencia o los deseos de otros para poder publicar.
Leyéndola sabemos que cada paso que dio hacia su liberación como ser humano, como mujer y como artista, nos acerca a todos los demás hacia esa libertad que es tan esencial para alcanzar una vida realmente plena y rica en este mundo.







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