Un sueño hecho pueblo. Un lugar donde cada uno de los elementos que lo componen tiene un alma, una densidad. Las personas, las piedras, los animales, los árboles, la arquitectura de las casas y de los espacios, todo se mezcla en Morille de manera fluida y natural con las esculturas: un mono por aquí, una lagartija por allá, un diablillo que preside, unas alas desplegadas, dos mujeres (homenaje a la maestra y Dafne).

Morille es un pueblo todo detalles, todo hallazgos, todo belleza, todo arte. Este ha sido un fin de semana para encontrarnos, aquí ha latido con fuerza la poesía, hemos convivido en una hermandad de lazos profundos, cada uno siendo lo que es, trenzándose con los otros con alegría y curiosidad, reconociéndonos como animales afines y cercanos.

Hemos encontrado en la mirada del otro la complicidad que no siempre ofrece la vida habitual con igual generosidad y amplitud. Nuestras esencias más verdaderas se han mostrado y entrelazado, en una atmósfera única de amistad, intimidad y gozo.
El Pan de Morille es uno de esos oasis por los que sabemos que la verdad humana que se hace real en el arte nos reconcilia a todos con nosotros mismos, con los demás, es un bálsamo y un licor de los dioses. Y juntos nos hemos embriagado de poesía, de música, de amor, de vida plena.

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